En el anterior capítulo sobre nuestro viaje por Francia e Italia, nos adentramos ya en la región de Provence-Alpes-Côte d’Azur. A pesar de que fuimos con la idea de conocer en profundidad la primera de las regiones, al final nos entró la prisa por llegar antes a Italia (y conocer cuantos más lugares mejor) y al tratarse –en su mayoría- de pueblos pequeños, elegimos uno: Saint Remy de Provenze (en la foto).
De este, nos fuimos de nuevo a la costa, a los “Alpes marítimos”, donde a pesar de la gran masificación de la zona, conocimos una joya turística: el precioso casco antiguo de Antibes. Después, continuamos hasta Génova –pasando por Niza o Mónaco, un país, en un día- para estar también una tarde y seguir.
En la Provenza, os recomendamos antes de nada otros que se nos quedaron en el tintero como Aix de Provence, Les Baux-de-Provence, Roussillon o Lacoste, todos ellos destinos señalados por varias personas que conozco como verdaderas joyas.
Habíamos partido por la mañana de Arlés, por lo que llegamos a Saint Remy pronto. Se trata de una pequeña ciudad, en la que se puede disfrutar de la maravillosa mezcla de tradición y modernidad de esta zona, el aroma a lavanda por las calles y el cuidado de los detalles. Además, se podrá visitar la casa natal de Nostradamus, el centro donde estuvo internado Van Gogh –se puede visitar la que fue su habitación- y las ruinas romanas de la ciudad, el yacimiento de Glanum.
Comimos en Saint Paul de Mausole, en cuyo exterior se pueden ver también cuadros que Van Gogh recreó allí, y después arrancamos hacia la Costa Azul. El paisaje que comenzamos a descubrir nos llamó mucho la atención: A pesar de acercarnos al mar, divisábamos a la vez el extremo de la conocida cadena montañosa de Los Alpes. Pero esa belleza (teniendo en cuenta además que el mar y preciosas playas están en juego) había atraído ya a muchos, como pudimos comprobar, y la masificación turística –que aún no habíamos conocido apenas en este viaje- también llegó.
Aún así, cuando paramos en Antibes, aparcamos y comenzamos a pasear por el casco antiguo de la ciudad, quedamos maravillados con él. La gran cantidad de yates y de gente que poblaba la playa de la urbe contrastó de golpe con una encrucijada de calles pequeñas y adorables, a veces tan estrechas que formaban auténticos laberintos. Una visita interesante es conocer el Museo Picasso de la ciudad, emplazado además en un castillo del siglo XII. Nosotros no entramos.
Después de un paseo encantador, nos vamos a buscar un sitio para dormir. Sabemos que hay una zona al final del pueblo cómoda para parar con la furgoneta, pero no esperamos que sea en plena playa. Así es: aunque al principio vemos señales que prohíben las autocaravanas –en las que nos incluimos- un montón de “compañeros” están en uno de los extremos del arenal y donde parece que no hay indicación alguna. Estacionamos y cenamos allí, frente al mar. Es el mejor lugar donde pasamos la noche y aprovechamos para tomarnos unas cervezas que llevamos preparadas. Cuando la noche no puede ir mejor, vemos a lo lejos una ráfaga de fuegos artificiales. Además, escuchamos los coches pitar. Parece que celebran algo. No sabemos el qué, pero nos empapamos de su alegría. Nosotros conocemos nuestra propia razón: el viaje.
Nos levantamos en un sitio inigualable: en una playa de piedra con un agua azul cielo, ¡preciosa!. Nos desperezamos, arreglamos las cosas y decidimos salir a correr. Es una gozada echar un trote por este lugar, aunque la carretera está demasiado cerca. Al volver, nos damos un baño muy refrescante. Ahora sí: despedimos el verano. Aunque sea ya finales de septiembre.
Partimos hacia tierras italianas con el objetivo de llegar a Génova por la tarde, pues tenemos en mente visitar el acuario de la ciudad –el segundo más grande de Europa- y pasar la noche en un pueblo, pues allí no será fácil. En carretera, divisamos por la ventanilla Niza y después, Mónaco, un país entero; es una sensación especial. Son lugares con encanto, situados en paisajes montañosos, pero muy masificados. Se nota también su desarrollo económico. Nos adentramos en Italia –en la región de Liguria, muy recomendable-, disfrutando del paisaje y los preciosos pueblos que se ven en el horizonte.
Ya en Génova, aparcamos y nos dirigimos al puerto, donde está el acuario. A pesar de que a mí esa visita no me apasiona, merece mucho la pena. Por 20 euros pueden visitarse las instalaciones comunes, donde poder ver desde delfines, tiburones y cocodrilos, hasta peces tropicales de múltiples formas y colores. Salimos y comienza a caer la noche. Aprovechamos para conocer rápidamente el centro: la catedral de San Lorenzo –muy bonita- y la plaza de Ferrari de Génova, con sus imponentes edificios -la Ópera o el Palacio Ducal, entre otros-. En la línea del viaje, cogemos rápido el coche y partimos. La carretera nos espera.
Capítulos anteriores:
España, Francia e Italia (II): Gruissan, Saint-Guilhem-le-Désert y Arlés
España, Francia e Italia – I parte: Costa Brava y Colliure
Hola!! estoy preparando my viaje en furgo con mi perro, la semana que viene salimos! tomamos de partida Cabo de creus para hacer toda la costa Azul y subir alpes hasta Alemania y luego nuestro destino Praga.
Va a ser un viaje largo que nos hace mucha ilusión y tus posts nos están resultando muy útiles. Gracias por compartirlos!! 😉
Hola Iria!
cuánto me alegro 😉 es una pasada de viaje. ¡Os encantará!
saludotes,
Irene