En nuestra reciente estancia de varios días en Mallorca, hemos disfrutado de un hotel cercano al Club Náutico de El Arenal, un notable puerto deportivo a una docena larga de kilómetros al sur de Palma. Y atraídos por la magia costera del enclave, decidimos aprovechar una de las jornadas para recorrer todo el paseo marítimo hasta la capital… ¡en bicicleta!, sin prisa y con pausas en los puntos más interesantes.
Así que nos alquilamos una montura de dos ruedas (es fácil, hay tiendas especializadas y, además, cualquier casa de alquiler de coches te la puede proporcionar también) y nos dispusimos a pedalear un poco entre los paseantes, corredores, patinadores, ciclistas, bañistas, perros y demás fauna que surca, arriba y abajo, el paseo, precioso, reluciente y bien cuidado, siempre pegado al mar, con tramos de senda, playa y acantilado que alternan con otros más urbanos de acera y carril-bici. Arrancamos de las cercanías del hotel, aún en terreno municipal de Llucmajor, para entrar enseguida, con el torrente como frontera, en términos del ayuntamiento de Palma. Por eso, este vasto arenal de casi cinco kilómetros situado al sureste de la extensa bahía se conoce como Playa de Palma.
Su extremo meridional, de donde partimos, El Arenal, es un antiguo pueblo de pescadores reconvertido hoy en importante núcleo hostelero plagado de grandes hoteles y con todos los servicios turísticos imaginables, amén de una larga playa pegada al paseo, la de las palmeras en la arena y los chiringuitos conocidos como balnearios, puntos calientes de reunión y resaca, que se extiende hasta Can Pastilla, la siguiente zona playera, el corazón comercial, donde está el acceso a la autovía de Levante y al muy cercano aeropuerto de Son Sant Joan. A la entrada, se encuentra el Palma Aquarium, un parque acuático de interés para los aficionados a la vida en el fondo del mar.
Pasado el puerto deportivo de esta segunda localidad, bordeamos la recoleta Cala Estància hasta su final en el Club Marítimo de San Antonio y nos encontramos con el tramo de senda menos urbano y más natural: el Carnatge, cuyo nombre alude a la carnaza de los animales que allí se despellejaban antiguamente para aprovechar su piel y sus huesos. Se trata de una reserva natural protegida, de interés científico, limitada por el mar y las instalaciones aeroportuarias, con amplia zona verde y baldía cuajada de senderos de tierra, con miradores y zonas de descanso, pasadizos de madera, costa rocosa, aguas transparentes, área de baños, rincones para los pescadores y hasta un sector especial para perros.
Las ruinas de viejas construcciones derruidas por la piqueta municipal, tapizadas ahora por la vegetación, producen un bello contraste con los rompientes del agua en los bajos acantilados rocosos y el mobiliario urbano del camino principal, todo ello en un ambiente único de naturaleza y libertad, alejado de los edificios y del tráfico, y con unas vistas excepcionales de toda la Bahía de Palma y de la fachada marítima de la cercana capital. Lo dejamos a la altura del Hospital de San Juan de Dios para entrar en Cala Gamba, una pequeña playa urbana muy concurrida y cuya travesía, una vez rebasado el muelle deportivo, se acerca al agua por detrás de las casas y nos permite incluso refrescarnos con las salpicaduras de las propias olas. Ante nosotros aparece ahora una playa alargada de casi medio kilómetro, con anchísimo paseo y un pequeño hotel de característico color azulón.
Se trata de Ciudad Jardín, un barrio más de residentes locales, menos turístico, que nos lleva directamente al viejo barrio de pescadores del Portixol, justo donde la autovía se hace urbana para morir a unos pasos del centro. Hoy es uno de los lugares más visitados de la capital, con una rica oferta de terrazas y restaurantes y, sobre todo, con un animado puerto deportivo atestado de barcos de toda clase y tamaño, inevitable a la vista. Lo rodeamos, pasamos el muelle y la playa y entramos ya en la recta final. El paseo se alarga, se hace doble, aumentan las farolas, los jardines, los bancos y la zona arbolada, y los primeros semáforos y rotondas nos anuncian que estamos entrando en la ciudad de Palma.
La vuelta, desandando lo recorrido, será ya más rápida. Poco antes de entrar de nuevo en El Arenal, nos desviamos unas calles hacia el interior para visitar la Porciúncula. Más conocida como “la iglesia de cristal”, es un templo de construcción moderna que destaca por su arquitectura ovalada, por sus enormes ventanales de coloreadas vidrieras y por sus cristaleras interiores. Nada del otro mundo, aunque la oferta incluye, eso sí, un bucólico paseo por los frondosos jardines de la enorme finca en que se ubica y, quizá lo más importante, un completo museo etnográfico de la vida mallorquina: arte, artesanía, monedas, maquinaria, herramientas, aperos, utensilios domésticos y otros objetos de todo tipo y condición.
Por último, más tarde, después de descansar un poco y reponer energías, como contrapunto al arte y al ejercicio físico, rematamos la faena en el Replay, un discobar deportivo, nocturno y acogedor, subterráneo y esquinado en una placita de nombre japonés en segunda línea de playa, a la altura del balneario 2, donde nos esperan los hermanos Fernando y Melisa, sus jóvenes y amables pilotos, con la mejor música, el mejor deporte y las copas más baratas del lugar. Salut!