«Los mejores momentos se crean en torno a una mesa«. Visto en un bar de Espelette
Pocos viajes te hacen sentir tan libre como los que se dirigen sobre las ruedas de un coche. Decides los tiempos, reordenas la ruta en caso de que sea necesario y vas conociendo poco a poco el territorio, aunque sea tras la ventanilla. Así fue nuestro viaje la Semana Santa pasada a País Vasco, sobre todo en territorio francés, aunque también pedazos del español. Una tierra de raíces profundas, además de otros encantos gastronómicos, arquitectónicos o naturales, que cada vez que visito me deja más y más prendada.
Fueron cinco días; cinco días de viajar despacio, empaparnos del ambiente y abrir bien los ojos para admirar la belleza de los lugares que visitamos. ¡Nos encantó!
Día 1: Hondarribia y San Juan de Luz, el inicio
De camino a Francia, paramos en Hondarribia, un pueblo con mucho encanto donde el mayor atractivo son las fachadas tradicionales de algunos edificios, los balcones llenos de flores, la muralla medieval y el puerto, en frente de Hendaya. Paseamos sin demasiado rumbo y paramos a tomar algo, pues tiene bastantes establecimientos que invitan a parar y ¡hacía un día maravilloso!
Aún teníamos luz cuando llegamos al primer gran destino, que nos recibió haciendo gala a su nombre. Cuando nos situamos en San Juan de Luz, advertimos pronto su elegancia, sabor marítimo y encanto infinito. La calle Gambetta vertebra su vida y con los días de sol, las miradas se van hacia la playa, donde hay también siempre un gran ambiente. De nuevo disfrutamos de los placeres más sencillos con una cerveza, una conversación y un paseo tranquilo.
El plan de viaje nos llevaría cada día a un lugar diferente, así que al día siguiente tan solo nos acercamos al mercado local.
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Día 2: Biarritz y Bayona, dos paradas encantadoras
Biarritz era una de las paradas a la que más ganas tenía. Había visto muchas fotos que retrataban desde diferentes puntos de vista la vida en torno al mar, que siempre es maravillosa. Y sí, su paseo marítimo, asentado en torno a una costa serpenteante con lugares llenos de encanto, merece realmente la pena. Y quizás varios días para explorarlo. Cerca de la entrada principal a la playa, se puede disfrutar ya de lugares geniales, como la Rocher du Basta, un islote unido a tierra por un puente de piedra.
En cuanto a la población, me pareció quizás la “menos bonita”, apuntando también que apenas estuvimos allí dos horas. El listón también fue muy alto, pues la arquitectura de algunos pueblos pequeños y de la siguiente ciudad de la que hablaré me dejaron maravillada.
Bayona fue mi predilección en este viaje. La arquitectura de sus edificios, la zona del río, las callejuelas con fachadas de contraventanas coloridas, su ambientazo y los establecimientos que pisamos captaron mi atención a modo de flechazo. Por momentos me parecía un cuadro. En otros, cuando por ejemplo almorzamos en una tienda de discos, un escenario de una película de Kevin Smith. Paseamos en modo intenso, disfrutando del ambiente de la feria del jamón que se hace en la ciudad desde más de un siglo, la fotografiamos, la vivimos… y nos caló, desde luego.
Me gusta pensar siempre qué lugar me gustó más al volver de un viaje. Y en este caso, aunque fue difícil, no dudé. Bayona. La respuesta fue tan emocional como cuándo elijo con qué película voy en los Oscar. Cada vez que pienso en Bayona o veo fotos de la ciudad, más me gusta.
Día 3: Labastida Clairance, San Juan de Pie de Puerto, Sara, Ainhoa y Espelette
El tercer día visitando el Pais Vasco frances no tuvimos tan buena suerte con el tiempo, ya que nos llovió a cántaros, además de que por circunstancias del viaje –y un esguince- todo tomó un ritmo más pausado. No obstante, disfrutamos igual, intensamente, sin apenas descanso, de las paradas de viaje, en esta ocasión de interior, pero igual de encantadoras.
Labastida Clairance es un pueblo pequeño, pero cuya arquitectura y armonía no pasaron desapercibidas a nuestros ojos. Llegamos al cementerio del pueblo, precioso, justo cuando la lluvia frustró nuestro paseo. Es muy recomendable.
Cambiamos de tercio al acercarnos al Pirineo y la montaña en San Juan de Pie de Puerto, otro pueblo precioso con rincones que el viajero disfrutará muchísimo. Impresicindible pasear por la Rue de la Citadelle y adentrarse en la parte antigua de la localidad, de calles empedradas y encanto infinito.
Por último, de camino a nuestra penúltima parada de viaje, disfrutamos, casi desde el coche de dos pueblos pequeños pero coquetos: Sara y Ainhoa. En el primero, todavía no jarreaba y pudimos pasear por sus calles empedradas y fijarnos en sus detalles. Se trata de una pequeña población rural donde aislarse un poco más si cabe en plena naturaleza. Cerca están las cuevas prehistóricas de Lezea, que nosotros no visitamos. A Ainhoa ni siquiera bajamos, aunque también parecía un pueblo genial si el tiempo hubiera acompañado.
Y paramos un poco más en Espelette, donde de nuevo disfrutamos de un pueblo tradicional a la vez que moderno, cercano y perfecto para una jornada de turismo tranquila y completa. En este pueblo son típicos los pimientos del lugar o “Pimiento de Espelete” que lucen orgullosos en las fachadas de sus casas en muchos casos. ¡Le dan un toque muy original haciendo juego con el ojo habitual de las contraventanas! Acabamos el día tarde, cansados, pero muy satisfechos.
Día 4: Volvemos parando en Hendaya, San Sebastián y los acantilados de Flysch
A la vuelta, quisimos acercanos al Castillo Observatorio Abbadia, un bonito monumento que no está muy preparado para el público pero sí tiene una entrada y se puede disfrutar de su preciosa arquitectura y también de las vistas sobre la ciudad y la playa. El castillo fue construido entre 1864 y 1884 por Antoine d’Abbadie, un hombre de ciencias que levantó un observatorio allí para realizar catálogos de estrellas. Más adelante pasó a manos públicas pero parece que su visita -que antes sí podía realizarse mediante guías- está parada.
Por la tarde, fuimos a San Sebastián, que conocía pero poquito y nos explayamos un poco más conociendo sus bellos lugares y conocidos encantos. Dejamos atrás el Hotel María Cristina de San Sebastián y Palacio de Congresos y Auditorio Kursaal, alojamiento y sede principal del Festival de Cine, que llamaron nuestra atención como buenos cinéfilos.
Tras una visita fugaz a la preciosa playa de la Concha, nos adentramos en el Casco Antiguo, hasta la bandera de gente y tan lleno de encanto como escaso de espacio. Era curioso por momentos, mirar al fondo y ver la Catedral del Buen Pastor de San Sebastián a un lado; y la Basílica de Santa María del Coro al otro. No hicimos la típica subida al Monte Urgull por causas de tiempo y lesión, pero todo el mundo la recomienda. Preferimos dejarnos llevar de pintxo en pintxo disfrutando de la ciudad. ¡Imprescindible el bar ‘A fuego negro’, con sus tigretones y minihamburguesa de kobe para chuparse los dedos!
*Si os interesa un tour gratuito en San Sebastián, no dudéis en apuntaros a esta actividad.
Acabamos el día en los acantilados de Flysch, cerca de Zumaia, que también vimos “desde la barrera” aunque no por ello disfrutamos menos. Nos encantó el paisaje, las vistas al mar y la gran sensación de libertad que uno tiene cuando se encuentra solo y de frente al horizonte. Volveremos para hacer la ruta costera que seguro que mejorará el gran recuerdo que nos llevamos de la zona.
Día 5: Bilbao y despedida de viaje
Bilbao fue una ciudad perfecta para despedir el viaje, pues todos la conocíamos bastante bien y nos dedicamos por no perder la costumbre a pasear un poco más, esta vez en busca de las siete calles, y a disfrutar de un día tranquilo. Así que finalmente, cuando nos quedaban solo unas horas, nos fuimos a la Plaza Nueva, un poco escondida, para disfrutar de nuevo de la maravillosa sensación de elegir un pintxo y comerlo en una terraza con el sol dándote en la cara.
Se acabó un viaje completo, tranquilo y familiar a una zona elegante, donde comimos maravillosamente y bastante barato, apenas había gente y tuvimos buen tiempo. ¿Qué más se puede pedir?
DATOS PRÁCTICOS
-En San Juan de Luz, nos alojamos en el hotel Le Petit Trianon, que aunque no era lo más cómodo del mundo, era encantador. Limpio, todo bastante nuevo y con una coqueta decoración. ¡Y barato! Para comer, os recomiendo encarecidamente L’epicerie, un local pequeño pero con un toque muy francés y comida buenísima.
-En Bayona, nos alojamos en el Hotel Cote Basque, que sin demasiados alardes está también genial. Incluso más cómodo que el anterior. Muy recomendable y sobre todo, barato. Al ser cuatro, tocamos a unos 20 euros. Para comer, recomiendo mucho el Mange Disque, un establecimiento donde además de probar platos buenísimos, te puedes comprar un vinilo. Un lugar súper especial.
-Para visitar la zona de Espelette, nos alojamos en el hotel Cambo Les Bains, que es una especie de apartamento súper chulo ideal supongo si se van bastantes días: Residence Bellevue. Recomendable también. En Espelette comimos en el Bar Restaurante Etxemendi y también nos dejó una impresión muy buena. ¡Y la camarera es majísima!
-La última noche la hicimos en Bilbao, en el hotel Vista Alegre. Después de haber estado en hoteles tan encantadores como los anteriores, se me hizo un poco viejo, pero la cama era muy confortable. Para comer pintxos, en San Sebastián no os debéis perder el local ‘A fuego negro’ y en Bilbao, muchos de la Plaza Nueva eran una pasada.