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En ocasiones, uno visita una ciudad sin demasiada información y vuelve como fue. No podemos comprar una guía turística para cada viaje, ni pasarnos un viaje leyendo, muchas veces de lo que tenemos ganas es de exprimir la ciudad. Pero pasado el tiempo, el destino comienza a crearnos curiosidad, uno piensa acerca de lo que ha visto, sus monumentos o museos y comienza a cerrar el círculo.

Eso me ha pasado a mí con París y más concretamente con el monumento más conocido de la urbe: la Torre Eiffel. Además, fue curiosa la relación que entablé con ella. Al principio no quise hacerle mucho caso, me parecía que estaba sobrevalorada, incluso llegué a llamarla “cuatro hierros”, pero cuando uno la contempla de cerca se da cuenta de su grandeza. Tampoco se siente uno igual de mal cuando lee que los artistas contemporáneos a su construcción la consideraron “monstruosa” y eran partidarios de derribarla. Pero como a ellos, con el tiempo (tres días en mi caso, que duró mi viaje a París), este monumento da razones para cambiar de opinión.

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Si algo me sorprendió sobremanera fue su tamaño. Era enorme; fueras donde fueras, allí estaba, a lo lejos. Y al acercarte, inmensa. La explicación de tal envergadura (324 metros de altura a base de hierro forjado) es que se concibió para la Exposición Universal de París de 1889 y simbolizaba la era industrial. La diseñó el ingeniero francés Gustave Eiffel, que también es creador de la Estatua de la Libertad de Nueva York, y hasta 1940 fue el edificio más alto del mundo, cuando fue remplazado por el recién contruído Edificio Chrysler en Nueva York.

Después de la exposición universal, este monumento quedó sin uso y se habló incluso de derribarlo. ¿Se imaginan? Pero pronto reconvirtieron la torre instalando en ella una antena de comunicaciones radiofónicas en plena guerra mundial y esta ayuda a la Armada francesa renombró al monumento como “la Dama de Hierro”.

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Pasado el temporal y el tiempo, llegó el boom del turismo, en los años 60 y la Torre Eiffel pasó a ser lo que es actualmente: probablemente el monumento más visitado del mundo (este ranking varía cada año, pero lo fue con seguridad en 2007). Recibe más de 7 millones de habitantes todos los años y es el símbolo más importante de la ciudad, imitado incluso en otras partes del mundo, habiendo así Torres Eiffel tanto en el desierto de las Vegas como en un parque de Torrejón de Ardoz.

Ya en el terreno turístico, este monumento es imprescindible. Solo paseando por la plaza donde está nos haremos una idea de su monumentalidad. Yo de hecho no subí. Se puede subir hasta el segundo piso mediante escaleras (¡ojo! 1.665 escalones) o ascensor, y hasta la cima solo en este último. Los precios son: 5; 8,5; y 14 euros.

Los horarios son: En verano, del 15 de junio a 1 de septiembre: De 9.00 a 12.45; y el resto del año de 9:30 a 18:30 si subes por escalera y de 9:30 a 23:45 si lo haces en ascensor.

por Irene

Periodista desde 2008. Inquieta y curiosa de toda la vida. Abierta a todos los planes; ¡no hay destino que no merezca la pena!

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