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Viaje a Ámsterdam en 5 días (II parte)

Irene 23 abril, 2013

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El día que sucede a la primera noche en un destino es clave. La energía y descanso son fundamentales para exprimir bien la ciudad. Con esta sensación comenzamos el segundo día de nuestro viaje por Ámsterdam, jornada que esperábamos intensa. Y lo fue.

De nuevo, la situación del hotel (alojamiento Bronckhorst, en la calle del mismo nombre a la altura del número 14) fue clave en la organización del día. Situado al lado de una panadería y varias brasseries, no tuvimos problema para encontrar un lugar para desayunar. Después, de nuevo, el tranvía 5 hacía parada en la zona a la que queríamos ir en primer lugar: Koningsplein, desde donde sale la calle del Mercado de las Flores.

Este mercado es un conjunto de casetas ubicadas sobre el río, aunque su calidad de flotante es apenas perceptible. Los puestos de flores son curiosos y explotan la íntima relación de este país con esta actividad comercial. No obstante, no hay nada más allá de una calle llena de puestos y muchas tiendas de souvernirs.

Merece la pena seguir paseando por el canal, cambiar al otro lado del río por el canal Amstel. Nosotras acabamos en el mercadillo de Waterlooplein, muy pintoresco y donde hay todo tipo de cosas de segunda mano. En mitad del lugar hay un puesto de comida rápida y sillas, ideal para un día soleado. No fue nuestro caso.

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El día estaba verdaderamente frío y de puesto en puesto, vimos cómo comenzaba a nevar. Pensamos entonces en una forma de refugiarnos y decidimos preguntar por los recorridos de los barcos que hacen pequeños cruceros por la ciudad. Pagamos 12 euros por una hora y dimos un paseo con los respectivos comentarios en inglés, por lo que me enteré de la mitad. Aunque son una de esas atracciones que dan la sensación de ser un sujeto pasivo en el gran negocio turístico de la ciudad, tiene cierto encanto ver Ámsterdam desde el barco, relajadamente, a pesar de que la visión se vea empañada por vaho y algo de suciedad. Al menos me llevé una foto original.

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Bajamos del barco aún pronto, ¡desde luego haber descansado tanto nos había renovado!

De nuevo mapa en mano, nos dirigimos al barrio de Pijp, del que habíamos leído buenas referencias y que nos pareció muy animado. Se supone que es muy molón, pero sobre todo, como es el más alejado de los más conocidos, se veía más auténtico. Más local, más bicis, más holandeses. Justo en la entrada, que anuncian orgullosos con un cartel, está la fábrica-museo de Heineken, a la que decidimos no entrar (yo la verdad, es que amo la cerveza, pero como museo, no lo veo. Además, soy más de Mahou).

Poco después, situado en la parte izquierda, está todas las mañanas el famoso mercado de Albert Cuyp, el más grande de la ciudad. En lo que toca a ropa, complementos y objetos es como cualquier otro mercado que se puedan imaginar. Lo que me gustó es que tenía comida callejera (sobre todo dulces o frutos secos) y vendían batidos (un poco cansada ya de tanto paseo me tomé uno para reponer fuerzas). Algo más aprovechable.

Allí paramos a comer, en un restaurante holandés, por eso de probar comida local, pero nos comimos una tosta que bien nos habíamos podido comer en España. Aún así, estaba bien rica.

Sin mucha tregua, nos acercamos un parque cercano, que estaba cerca de la zona de restaurantes de Pijp, para ver un poco de verde, aunque no había mucho. Para volver a la zona céntrica de Ámsterdam y seguir disfrutando del centro de la ciudad en esta ocasión cogimos el tranvía. Paramos en Spuistraat , otra zona que tiene fama. En lugar de ir hacia la plaza, en el lado opuesto, hay una especie de laberinto de calles con mucho encanto que me hizo disfrutar de la ciudad especialmente. De repente descubres un rincón donde sabes que si vivieras en la ciudad te encantaría y posiblemente sea de lo poco que recuerdes de la urbe tiempo después. Es bonita esa sensación.

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La plaza en sí no tiene especial encanto, así que como cada día, caminamos y acabamos en la Plaza Dam, para mí la terrible Plaza Dam, pero tan céntrica e inevitable. Como aún había día mi compañera propuso ir al Museo erótico. A mí, como el museo de la cerveza, me daba la impresión de que un tema así no daría para un museo, pero accedí. No siempre se puede hacer lo que uno quiere, ¿no? Además así redescubrimos el barrio rojo y disfrutamos del ambiente de sus calles.

Este museo recoge multitud de fotos, figuras, pequeños objetos de arte y algunos cuadros y textos relacionados con el sexo. Su entrada vale seis euros y al final hay representaciones explícitas del acto sexual entre muñecos o una representación del órgano de reproducción masculino del tamaño de una persona. En mi opinión, es un mejunje extraño que no pasa de la curiosidad, a excepción de algún cuadro.

En este segundo día, que habías comenzados con mucha fuerza, a la hora de cenar volvíamos a estar rotas. De nuevo malcenamos un crepe de chocolate en la plaza Dam y volvimos a casa para descansar. Habíamos decidido ir a los pueblos cercanos a Ámsterdam al día siguiente. Queríamos reponer fuerzas.

Podéis leer también nuestro primer día en Amsterdam.

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