Vamos a disfrutar hoy de otros reconocidos “pueblos con estilo”. Salimos de la ciudad por la autovía, pero en seguida nos desviamos hacia el norte por la N24 con dirección Rennes para llegar a Josselin, a unos 75 kilómetros. Sus 2.500 habitantes viven en un espacio que parece de otra época: calles empedradas, ornato vegetal, casas antiguas con entramado de madera, pequeña plaza central con todo a un paso, edificios regios, agua, callejuelas, rincones de ensueño.
A un lado de la plaza, está la Basílica de Notre Dame du Roncier, otra pequeña catedral gótica. Bajando hacia el río, nos encontramos con la imponente mole del Castillo de los Duques de Rohan, señores de la zona, una auténtica fortaleza de granito blanco, con tres grandes torreones que cuelga sobre las aguas del Oust, un tramo del Canal Nantes-Brest, vía de 350 km navegables a través de la Bretaña sur.
La visita al castillo, incluido su Museo de Muñecas, no defrauda en absoluto. Pasando el puente, se entra en el pequeño barrio antiguo de Sainte-Croix, quizá menos conocido por su ubicación excéntrica pero merecedor de un paseo por sus callecitas con encanto, sus viejas casas bien cuidadas y su Capilla con cementerio, algo escondidos en la parte más alta y abiertos al visitante. De vuelta al río, rematamos con una deliciosa ruta del agua por el muelle del canal, entre esclusas, lavaderos, barcos y jardines floridos, cuyo término, dejando el río y siguiendo el riachuelo, es otro Bois d’Amour, una extensa zona verde a las afueras del pueblo, bosque, parque y paseo con menos agua pero más frondoso que el pontaventino de ayer. Es hora de irnos, no sin antes probar las afamadas crèpes del lugar.
Una campiña verde cruzada por estrechas pero cómodas carreteritas de interior, salpicada de granjas, rebaños, cultivos, praderas y arboleda, reluciente, nos pone casi sin enterarnos en Malestroit , la “perla del Oust”, pueblo de milenaria tradición jacobea y puerto fluvial, en otro tramo del canal Nantes-Brest. Con una población similar al anterior, situado a unos 30 km largos más al sudeste, se puede resumir en un único núcleo central, la Place du Bouffay, con la iglesia de Saint-Gilles, el Ayuntamiento y algunas mansiones antiguas de piedra y madera labradas (destacan las llamadas “du Pélican” y “de la truie qui file”, pegadas al Auditorio), de la que salen algunas callejuelas de piedra y siglos, y desde la que se alcanza, a un paso, la ribera del río, con su muelle, su paseo, su puente (que lleva a la plaza-islote de Notre-Dame, enfrente, con los molinos, el convento y la iglesia de su nombre), su esclusa y su zona verde. Basta con eso, salvo que uno quiera disfrutar, con más tiempo, de los ricos valles y bosques que lo envuelven.
Solo 15 kilómetros más abajo está Rochefort-en-Terre, el pueblo de las flores y los artistas… y mucho más. Esta pequeña localidad de 700 habitantes, se ha convertido en uno de los mayores atractivos de la zona. Es la segunda ocasión (y será la última, la primera fue Saint-Michel) en que nos encontramos con un mar de gente, y estamos a primeros de mayo; en temporada alta, luego, habrá que sacar entrada con antelación, especialmente en verano, cuando adornan las calles, ya permanente museo al aire libre de hiedras y geranios, con tiestos de flores de todos los colores, o durante las navidades, con una iluminación especial que ya es famosa y que completa su aire de postal y cuento de hadas.
Entres por donde entres, entras directamente en otro mundo, y llegas en pocos pasos a la Plaza de los Pozos, que con la Plaza del Mercado vecina conforman el corazón de la pequeña villa, donde te esperan el Ayuntamiento, los pozos de piedra, las casas medievales en blanco y rojo, el blanco y gris de las fachadas señoriales renacentistas, los tejados de pizarra, y un sinfín de tiendas y establecimientos comerciales entre los que destacan, por encima de todo, los talleres y galerías de los muchos anticuarios, artesanos y artistas que aquí se han afincado siguiendo la tradición comenzada a finales del XIX con la llegada de Alfred Klots, pintor norteamericano que se enamoró del lugar e hizo escuela, continuada por su propio hijo. Calle arriba, nos encontramos con un monumento escultórico en recuerdo de los niños caídos en la I Gran Guerra y, casi enfrente, con las murallas y el castillete de entrada del antiguo Castillo de Rochefort, hoy una mansión levantada por los citados artistas norteamericanos sobre las ruinas de la destruida fortaleza del siglo XII, que ha pasado a propiedad del gobierno provincial y que, casualmente en estos momentos se encuentra cerrado al público sine die, otra vez será.
Bajando la calle paralela, pasamos la Puerta Cuadrada y llegamos a la Plaza de la Iglesia, con interior de artísticas vidrieras y tallas interesantes en piedra y madera y un gran crucero de piedra ricamente esculpido en el atrio exterior, y regresamos a las citadas plazas del centro. (Un lunar, una pena: en pleno centro, nos encontramos con que los aseos públicos están viejos, sucios, malolientes y desatendidos, algo inexplicable entre tanto primor y tanto lustre; y no parece casual: ya lo habíamos sufrido en Saint-Thégonnec y en Locronan. Solo para que conste en acta donde convenga).
Questembert nos acoge unos 13 km más al suroeste. Con casi 6.000 habitantes, su oferta más atractiva es su magnífica Halle, original construcción abierta del siglo XVI, de grandes dimensiones (unos 55 metros de largo), con gruesas vigas y techumbre de madera vista sobre asientos laterales en granito y un colosal tejado bajo de pizarra azulada; por su vistoso entramado, una logradísima filigrana de ensamblado directo sin clavo alguno, ha sido bautizado como “la catedral de madera”. No solo funciona como Plaza del Mercado y mercadillos semanales, sino que en ella se celebran a menudo diferentes actos culturales: fiestas, festivales, conciertos, exposiciones, conferencias, reuniones…
Y bajamos a coger de nuevo la autovía N165-E60, por la que abandonaremos definitivamente Bretaña y pasaremos a la región vecina de Pais de Loira, entrando de nuevo en la provincia de Loira-Atlántico, para llegar a nuestro hotel en Nantes, a más de 90 kilómetros. Situada sobre la ribera del río Loira, con sus casi 300.000 habitantes, es otra de las “ciudades de arte e historia”. Hoy solo nos queda tiempo para un paseo céntrico y nocturno, suficiente para descubrir una ciudad cosmopolita, un ambiente que llena las calles, las plazas, las terrazas y los restaurantes, y un caserío urbano medieval, renacentista y moderno, piedra y madera, elegante y bien conservado. Partimos de la zona de la Torre LU, muy concurrida, al pie del Canal, en dirección al cercano castillo, que visitaremos mañana.
Una tabla de quesos bretones y un tinto ligero del Loira nos permiten recuperar fuerzas para la caminata urbana. Mirando al castillo, nos recibe la estatua en bronce de la heroína nacional, Juana de Arco, que nos introduce en el laberinto callejero del casco viejo, entre las plazas de Santa Cruz, neoclásica de torre y reloj, y la de Bouffay, y, más adelante, entre la Plaza Real y la Plaza del Comercio. De esta sale la calle que da al Passage Pommeraye, una hermosa galería comercial decimonónica; en la otra está la Fuente del Loira, símbolo del río en agua y luces. Mirando al norte, nos topamos con la torre Bretaña, conocida como El Nido, desde cuyos casi 150 metros contemplamos la mejor perspectiva de la ciudad nocturna a vista de pájaro, nunca mejor dicho. Y de aquí a la cama. Bonne nuit!
Más información:
Capítulo 1 de Rennes a Huisness sur Mer
Capítulo 2 de Saint Michel a Perros Guirec
Capítulo 3 de Ploumanach a Locronan
Capítulo 4 de Pont Aven a Lorient