Francia está atravesada por ríos caudalosos que fluyen en busca del mar o del océano, intercomunicados por una extensa red de canales navegables (que a su vez la comunican con los países vecinos del norte). Este vasto sistema de vías fluviales ha constituido un importante motor de desarrollo económico, especialmente a partir de la aparición de la máquina de vapor y la consiguiente industrialización decimonónica. Un viaje a París, pues, puede ser una buena ocasión para hacer una pausa en el estrés urbano y acercarse a conocer la tranquila capital de la Batellerie (ay, aquellos bateles de nuestra infancia), el transporte fluvial francés: Conflans-Sainte-Honorine.
Situada en los suburbios parisinos, a unos 25 quilómetros al noroeste, en la confluencia del Oise con el Sena (de ahí su nombre y la atracción que ha tenido siempre el precioso valle húmedo y verde en el que se asienta; imperativos religiosos le añadieron luego el de la santa cuyas reliquias descansan en su iglesia parroquial), pasó de ser un pequeño pueblo de campesinos, pescadores y canteros a convertirse en el centro logístico de todo el tráfico de las vías de agua interiores en su época de mayor apogeo, por obra y gracia del derecho de peaje fluvial, siendo hoy una pequeña ciudad turística para ocio y descanso de verano y fin de semana de los parisinos que salen al campo en busca de naturaleza: sosiego, paisaje, inspiración artística, paseo, baño, pesca… Allá vamos.
Nosotros lo hacemos en tren, cómodo y rápido (línea Saint-Lazare de la SNCF de largo recorrido o línea A de la RER de cercanías), pero el acceso por carretera es también una opción fácil y nada descartable. El amarillo intenso de los campos de colza que tapizan el fértil valle del Sena pronto nos anuncian que estamos llegando. El pueblo se acurruca en pendiente sobre la orilla derecha de uno de los grandes meandros del río, con la gran masa verde del Bosque de Saint-Germain asomando al otro lado. Iniciamos nuestra visita al centro histórico subiendo a lo alto del acantilado que cuelga sobre el río.
El Parque del Priorato es el pulmón verde local, bien cuidado, con zonas de arbolado, jardín, paseo, juego, picnic y descanso; su palacio de aires renacentistas alberga hoy el Museo de la Batellerie, una exposición permanente de objetos, gráficos, maquetas, libros y documentos relacionados con el mundo y la historia de las aguas navegables continentales. En la cima, la iglesia medieval de Saint-Maclou, remodelada a lo largo de los siglos y hoy en obras, con la Capilla donde se guardan las santas reliquias, muestrario de vidrieras, pinturas, esculturas y tumbas de sus nobles propietarios.
Algo más abajo, la maciza silueta de la torre Montjoie, monte de Júpiter, un alto torreón cuadrangular en piedra que sustituyó a otro más antiguo de madera. Ahora nos dejamos llevar por la atracción del casco antiguo, un sube y baja de callejuelas estrechas y retorcidas, con blancas casitas, plazas pequeñas, escaleras y rincones insólitos donde puede saltar la sorpresa, como la de este huerto en miniatura, limpio y trabajado, que nos muestra toda clase de plantas con su nombre en francés, una inesperada maravilla. Bajamos al río.
El puerto de San Nicolás no tiene nada que envidiar a cualquier puerto costero. Con su muelle-embarcadero, sus pantalanes, sus barcos, su arqueología náutica y su paseo, convierte al Sena, ancho y apacible, en una verdadera ría de agua dulce. Hoy las peniches, las antiguas gabarras, están amarradas a la orilla como símbolo de los viejos tiempos, algunas de ellas recicladas como vivienda. El río y sus orillas, bien acondicionados, ofrecen ahora el encanto de una senda de recreo al borde del agua, ajardinada, con zonas verdes y umbrías, puntos de descanso y agradable panorámica del pueblo y del entorno.
La recorremos primero hacia el este, hasta sobrepasar los límites municipales, y luego en sentido contrario, contemplando los escasos barcos que ahora surcan el agua y los muchos atracados, pegados unos a otros, algunos de ellos con gente que los mantiene varados pero vivos, con sus tendederos, sus terrazas y su bullicio vecinal. Entramos en uno especial, el barco-iglesia, donde no solo se practica el culto en una capilla a la que no le falta de nada sino que se llevan a cabo labores de asistencia social y cultural.
Al final del paseo, nos encontramos con el río Oise, que desagua caudaloso aquí formando una cuña de tierra conocida como el Pointil, en cuyo vértice se ha erigido un original monumento en recuerdo de los combatientes de la navegación fluvial (cada mes de junio, un barco porta la llama del recuerdo desde París hasta este punto, donde tiene lugar el tradicional Pardon National de la Batellerie, procesión acuática de barcazas engalanadas, desfile de banderas, misa y bendición, ofrenda floral, concierto, comida pública y fiesta popular, todo en uno).
La vista es espectacular: aguas que se juntan, puentes y pasarelas, grúas y esclusas, barcos que vienen y van, y el Sena que prosigue majestuoso su andadura entre colinas verdes salpicadas de pueblos blancos. Hasta las gaviotas de sal y playa se asoman por aquí de vez en cuando. Solo nos queda disfrutar de un breve crucero fluvial por los alrededores para completar la perspectiva desde el propio río.
De regreso hacia París, detenerse en Saint-Germain-en-Laye es poco menos que una obligación. Ciudad natal de Luis XIV y residencia real durante mucho tiempo, aún alterna su tradicional impronta militar con un enorme potencial demográfico y económico de comercio y servicios de alto nivel.
Un enorme Palacio (con el Museo Nacional de Arqueología en su interior; al lado, dentro del recinto hotelero, la habitación de nacimiento del rey Sol), el gótico radiante de la aledaña Capilla de San Luis, la iglesia sobre el solar originario de la urbe y, sobre todo, la Gran Terraza, los amplios y geométricos jardines palaciegos, balcón verde con preciosas vistas del oeste de la capital (mansiones escondidas en la espesa fronda, en primer plano, y detrás el horizonte de rascacielos de la moderna zona financiera de La Défense), hacen de ella una pequeña Versalles, su famosa sucesora como sede de los reyes de Francia, situada unos kilómetros más al sur y perteneciente también, como las dos localidades visitadas, al departamento de Yvelines y a la región parisina de la Isla de Francia. Ha valido la pena dejar París por un día.