Nos encontramos en el quilómetro cero de París, justo al sur del río Sena, en pleno corazón de la famosa rivière gauche, con la isla de la Cité enfrente. En este rincón de la calle de la Bûcherie que se abre al continuo tráfico ribereño, a la catedral y a un pequeño parque verde, está una de las sorpresas de la ciudad: la vieja librería Shakespeare & Co., con su patio, su fuente y su árbol, verdadera embajada angloamericana en la gran metrópoli de la francofonía. Abierta a mediados del pasado siglo y heredera de otra anterior homónima ubicada algo más al suroeste, ha sido algo más que una tienda de literatura en inglés: lugar de trabajo esporádico, hospedería eventual, biblioteca de préstamo, centro de publicaciones prohibidas, sala de lectura, punto de encuentro y reunión, foco de la bohemia artística, abrevadero musical y paso obligado de escritores famosos y anónimos lectores.

Un siglo después de su primera andadura, aún conserva un halo de autenticidad, un cierto sabor de sus mejores tiempos, con sus dos pisos abigarrados de libros, estrechas escaleras, imposibles rincones de lectores silenciosos, viejas maderas y  diseño decadente, librería de viejo, anaqueles exteriores de ocasión y, sobre todo, pozo de los deseos, un original bote de metálicas propinas.

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Salimos hacia la calle siguiente, la de la Huchette, más larga y también paralela al río, llena de tiendas y restaurantes, uno de cuyos ramales, el estrechísimo callejón del Chat-qui-pêche (el gato, como buen ribereño, pescaría ratas de agua en el Sena), pasa por ser una de las calles más angostas de la ciudad.

sorbonaLa transitada rúa desemboca en la Plaza de Saint-Michel, que separa el Barrio Latino, del que venimos, del de Saint-Germain-des-Prés. Nos sentamos un rato al fresco de la fuente que preside la plaza, un monumental arco de triunfo sobre fachada, donde el arcángel Miguel ensarta al diablo sobre la escalinata de mármol mientras dos dragones escupen el agua hacia el estanque inferior.

Tanto la plaza como el bulevar homónimo hicieron histórica la rebelión de los estudiantes; aquella durante la Resistencia antinazi, este cuando el levantamiento de mayo del 68, un cuarto de siglo después. Bajándolo, encontramos la respuesta: aquí están, a un paso, los regios edificios de la Universidad de la Sorbona, el populoso campus convertido entonces en verdadero campo de batalla. Pero, antes de alcanzarlos, rendimos una merecida visita al Museo de la Edad Media, antigua abadía de Cluny, un sólido recinto de mansión y jardines que alberga un tesoro de restos galorromanos y de tallas, vidrieras, tapices y joyas medievales.

Al lado contrario, tomamos el bulevar Saint-Germain, la gran arteria de esta zona, antaño sede de la vida intelectual y hoy elegante avenida, donde aún podemos tomarnos un café en Les deux Magots, o en el Café de Flore, dos clásicos en plena vigencia. Desde el primero, bajamos hacia la plaza del Odeón, antigua sede de la Comedia Francesa y hoy teatro internacional, de impresionante fachada neoclásica. Unos pasos más y entramos de lleno en el barrio del Luxemburgo. Su gran palacio barroco, de piedra almohadillada y aires italianos, sede actual del Senado francés, da paso a los hermosísimos Jardines de su nombre, un oasis verde de frondosa arboleda, avenidas de tierra, parterres, flores, estatuas, fuentes y estanques que giran en torno a un lago octogonal, una zona de recreo y sosiego donde la gente se sienta a charlar a la sombra, pasea, juega o toma el sol a la orilla del agua.

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Regresamos al Barrio Latino para visitar el cercano Panteón, neoclasicista de columnata corintia, frontón de bellos bajorrelieves y majestuosa cúpula central, donde descansan los restos de franceses ilustres, hoy dedicado a actividades ciudadanas. Algo más arriba, saliendo del barrio, están las Arenas de Lutecia, el París romano, anfiteatro y palestra de gladiadores. A sus espaldas, a la derecha, está el Jardin de las Plantas, un extenso parque verde que da nombre a este nuevo barrio y que alberga el Museo de Historia Natural, especializado en las teorías darwinianas de la Evolución, un centro de Botánica y un zoológico; a la izquierda, el modernísimo edificio del Instituto del Mundo Árabe, todo un guiño de metal, mármol y juego de luces a la arquitectura oriental, que exhibe una estupenda colección de documentos y arte islámicos.

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Aquí terminaría nuestro periplo, porque estamos a una calle del río, pero vamos a cruzarlo y entrar en la ribera derecha para conocer un rincón de París poco frecuentado por el foráneo y que nos han recomendado encarecidamente. Razones no les sobraban, como estamos a punto de comprobar.

Pasamos el puente de Austerlitz y pronto nos encontramos, a la derecha, el Viaducto de las Artes, antigua línea férrea reconvertida en paseo verde y bajo cuyos grandes arcos se han instalado numerosos talleres y tiendas de oficios artesanos. Unos pasos más arriba, llegamos a nuestro objetivo: la plaza de Aligre (cercana, por otra parte, a la de La Bastilla). Pequeña y buliciosa, tiene en su centro el mercado cubierto de Beauvau, el más antiguo de la ciudad, de original arquitectura, y otro al aire libre, de puestos callejeros, centrados sobre todo en los comestibles y los productos frescos de la huerta campesina.

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Abren todos los días, excepto los lunes, y son muy frecuentados por los parisinos debido a su calidad, sus precios y su ambiente colorista y popular. A su alrededor, bares, restaurantes y panaderías, repletos de gente, le dan a la plaza un aire festivo, en un entorno tipicamente parisino. Un rincón acogedor y una opción a tener muy en cuenta. Hoy, además, estamos de suerte. En un pequeño parque aledaño, los vecinos del barrio celebran una fiesta muy familiar, con la actuación de un grupo de música folk, una pequeña feria de artesanía y una demostración de juegos infantiles antiguos. Una inesperada y agradable manera de terminar la jornada. Con ellos nos quedamos.

por Santiago

Santi Somoza, de estirpe asturiana en la desembocadura del Eo, allí donde ástures y galaicos se dan la mano, aferrado siempre a su clan galego-forneiro, hipermétrope enjuto, jubiloso jubilado, maestro de nada y aprendiz de todo, pacífico y socarrón, descreído, escéptico, indignado, viajero letraherido y maratoniano corredor de fondo, ave nocturna y perpetrador de tangos, amigo de sus amigos, amante del buen vino y la poesía y, por encima de todo, de sus tres queridísimas mujeres.

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