Cuando viajamos a un lugar nos gusta ver sus cosas típicas. Muchas de ellas forman ya parte de su tradición pero han quedado íntimamente asociadas a estos destinos. Esto sucede con los molinos en Holanda, que en consecuencia son reclamo turístico. Por este y otros motivos merece la pena acercarse a Zaanse Schans, conocido como “el pueblo de los molinos”, que está muy cerca de Ámsterdam. Y cuyo mayor atractivo, obviamente, es ver estas construcciones típicas destinadas a moler con la fuerza del agua o el viento.
Además, así escapamos un poco del barullo de la ciudad y planificamos más días en este territorio, pues Ámsterdam no es muy grande y se recorre fácilmente.
Cómo llegar a Zaanse Schans
Para llegar a este pueblo, situado a quince kilómetros en el noreste de Ámsterdam, lo mejor es coger un tren en la estación central. Hay que tomar un cercanías en dirección a Alkmaar y apearse en Koog-Zaandijk. Está cerca, unos veinte minutos.
Ya en el pueblo, a pocos metros de la estación hay mapas para saber llega a la zona de los molinos, pero siguiendo un poco se pueden ver también indicaciones en la carretera.
Las vistas que se van teniendo del paisaje son una delicia. Es en este punto cuando nuestra imaginación vuela y creemos que Zaanse Schans sería un pueblo ideal para las vacaciones de verano, para dar largos paseos disfrutando de lo bonito que es y de mil aventuras: o ideal para el invierno, pasando los días en una casita de madera, junto a la chimenea y el suficiente espacio como para poder contemplar la naturaleza del exterior.
Qué ver en Zaanse Schans
Tras pasear un poco, se cruza un puente que lleva a la zona de los molinos. Es también el área que parece más rural, con muchas casitas del estilo de otros pueblos de Ámsterdam que recorrí, como Edam o Markem, y que parecen de cuento. Como tantes otras veces que veo algo tan mágico, deseo tener un amigo que viva allí y poder disfrutar de una de esas viviendas aunque sea durante una semana. Todo sea soñar.
Tan solo por eso, la visita a este pueblo merece la pena. La localidad tiene mucho encanto.
Actualmente hay seis molinos: dos dedicados al aceite, uno para mostaza, otro para mineral y dos para aserrar.
La entrada vale 1,5 euros por lo que no nos lo pensamos, pues el precio de la entrada era muy razonable, aunque sabíamos que tampoco íbamos a ver gran cosa. Teníamos aseguradas las vistas. Y no estuvo mal, es curioso estar en el molino por dentro y subiendo y bajando por las estrechas escaleras. Conocer un poco más de cerca una máquina tradicional, usada por mucha gente, aunque a nosotros nos cueste tanto imaginarnos utilizándola.
Más allá de lo bonito que es el pueblo, el paisaje y los molinos, no hay mucho más que ver en Zaanse Schans. Aunque siguiendo la línea de Ámsterdam ha creado un museo para contar la historia de la región de Zaan, una de las primeras áreas industriales de Europa: Zaans Museum. Nosotras no entramos, pues no esperábamos algo demasiado turístico.
Justo en frente, hay una tienda de souvernirs con dos grandes zuecos, también símbolo de la Holanda rural, para hacerse las fotos de rigor.
Seguimos el paseo y volvemos para la estación.