El cuarto día que pasamos en Ámsterdam ya teníamos una idea clara de cómo era la ciudad, pues no es demasiado grande. Estábamos preparadas, entonces, para coger una bici y recorrerla, pudiendo ir y venir al hotel, a la estación central o pasear por los canales cuantas veces quisiéramos. Con esa intención comenzamos el día y fuimos a la calle Kerkstraat, donde hay varias tiendas de alquiler de bicicleta.

Los precios son de 10 euros para el día entero y de 8 hasta el momento en que cierra la tienda, a las 6 de la tarde. Es importante saber esto porque mucha gente no cuenta con que la tienda cierra estas horas y si es el último día de su estancia, se queda sin DNI. Es más fácil de lo que se piensa coger la bicicleta por la ciudad, pues hay carril bici por casi toda la urbe y este medio de transporte tiene prioridad sobre el resto. Eso sí, ¡siempre hay que ir con cuidado!

Quisimos visitar el Vondelpark, el parque más grande de la ciudad y un remanso de paz. Casi en abril, apenas había flores, pero sí se veía mucha gente haciendo deporte, grandes árboles y largas praderas. Pudimos disfrutar cual niñas en el parque y recordar por un momento nuestro pueblo, donde tantas veces habíamos cogido la bici y vivido grandes aventuras.

Después de este paseo, decidimos visitar el Museo del Cine, situado al otro lado del mar en la estación central, al que se accede en Ferry gratuito. Yo había oído hablar sobre este centro, muy moderno y con innovadoras propuestas interactivas y visuales. Solo el edificio ya impone. Casi todo lo que se ve al entrar es una gran cafetería con varios suelos escalonados y una amplia cristalera que da a la calle.

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Además de una exposición temporal acerca de alguien relacionado con la profesión, hay salas de cine y una zona interactiva. En esta última, hay cajones donde se hace una especie de trivial virtual sobre el séptimo arte, grandes pantallas que muestran escenas de varias películas divididas por géneros y varias ilusiones visuales que representan el poder de la imagen. Merecía la pena, pero pronto se ve todo.

Para ese momento, ya llegó la hora de comer y decidimos volver a Vondelpark para hacer un picnic, pues podíamos aprovechar algunos rayos de sol. Compramos pan y comimos unos bocadillos, pues llevábamos embutido de España.

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Poco tardó el sol en irse, así que cogimos la bici de nuevo y paseamos por el centro; los canales, el ambiente de la ciudad, todo se veía perfecto desde el sillín. Así que decidimos tomarnos una cerveza tranquilamente en la plaza Spui. Fue cuando nos dimos cuenta de que una de nosotras había dejado el DNI en la tienda, que seguramente cerraba a las 6 porque hasta esa hora costaba menos el alquiler y que habíamos dejado el DNI allí. Era el de mi compañera y viajaba de madrugada. Teníamos un problema.

Comenzó así una carrera que nos llevó por la tienda, el hotel y la policía de Ámsterdam, cerca de Museumplein. Diciendo que habíamos perdido el documento de identidad no hubo problema, todo salió bien al final. Pero el día se precipitó.

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Cenamos en la plaza Dam, como cada noche, aunque esta vez lo hicimos calentitas en un restaurante italiano.

El día siguiente era el último para mí. Estaría sola por la mañana y pronto partiría hacia el aeropuerto, poniendo fin a este viaje.

Si os ha gustado este post, seguramente os interese leer sobre la primera parte del viaje, el segundo día en Ámsterdam y el tercero, recorriendo los pueblos de alrededor de la capital.

por Irene

Periodista desde 2008. Inquieta y curiosa de toda la vida. Abierta a todos los planes; ¡no hay destino que no merezca la pena!

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