En nuestro recorrido hacia el norte, hemos dejado atrás Guyarat para adentrarnos en el histórico Estado de Rajastán, el mayor del país. Las lluvias en la India dependen del monzón estival, que provoca el estiaje de los ríos y la dependencia de un clima bipolar: estación seca y estación húmeda. Para paliar las consecuencias del período de sequía, ya desde época antigua se construyeron aljibes, estanques y lagos artificiales. Estamos precisamente en Udaipur, la ciudad de los lagos, una urbe de medio millón de habitantes que alguien bautizó como Venecia del Este. Estuvimos en ella por dos días, aunque restando los traslados, podríamos casi dejarlo en una jornada intensa.
Sin canales urbanos y sin góndolas, no es quizá el apelativo más afortunado, mejor evocaría (salvando todas las distancias, que son muchas) el paisaje lacustre y montañoso de los hermosos pueblos alpinos, crestas nevadas aparte. Porque su centro se agolpa alrededor del precioso lago Pichola, que se comunica al norte con otros dos, cuyas aguas, enlazadas por puentes y ghats, escalinatas acuáticas, están rodeadas por un horizonte de colinas verdes, en las estribaciones de la cordillera Aravali, con palacios, mansiones y templos que esconden su riqueza arquitectónica entre cúpulas, patios, jardines y fuentes.
Los palacios del lago
Al perder su poder político con la llegada de la independencia, los príncipes herederos de los antiguos marajás, que conservan aún un estatus muy alto de riqueza y respeto social, decidieron dedicar parte de sus grandiosos edificios a la lucrativa privatización o al no menos lucrativo negocio del turismo moderno, siguiendo la aristocrática regla inglesa de los tres tercios: una tercera parte para museo, otra para hotel de lujo y otra, la mejor, para Mi Alteza, esto es, para exclusiva residencia real, que vivirá de esas y otras rentas aunque en muchos casos ya no habiten en ellos. Sí lo hace el de Udaipur, que participa, además, del mayor consorcio hotelero del país. Que la plata sigue siendo la plata, la clase, la clase, y de casta le viene al galgo.
Un buen ejemplo es el Jag Niwas o Palacio del Lago, dieciochesca residencia real de verano hoy reconvertida en hotel de cinco estrellas, que descansa en medio del agua como una gigantesca ave blanca mirándose en su espejo líquido. Dormir en él y disfrutarlo por dentro puede resultar un sueño oneroso, pero contemplar de cerca su belleza exterior mientras se rodea a bordo de un barco de paseo por el lago, actividad muy recomendable, fácilmente asequible desde los embarcaderos de la orilla, es algo que merece la pena. Barco que te llevará, en el mismo viaje, al cercano Jag Mandir, el Palacio de los Jardines del Lago, un viejo recinto religioso también dedicado ahora al turismo, cercado en un islote y anunciado por cúpulas y banderas.
Allí te dejarán aislado, mientras vuelven a por otra tanda de pasajeros, para que te pierdas por los distintos rincones del lugar: el patio-terraza, con barra al aire libre, los frondosos jardines y palmerales, los embarcaderos, templetes y miradores de sus orillas con grandes elefantes esculpidos en piedra, el hotel con su spa y sus bungalós, alguna tienda de recuerdos, un pequeño museo religioso y el viejo templo, desmantelado y vacío, de cuyos pisos altos se han adueñado las palomas.
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El palacio de la ciudad
Mejor ejemplo aun es el City Palace o Palacio Real, fundado por la dinastía raiput de Mewar. Como un portaaviones de piedra varado sobre el lago, esta gigantesca fortaleza, que mira al agua por un lado y por el otro a la ciudad, cumple a rajatabla (tabla del rajá, cuyo heredero actual vive en él) con la triple división: es castillo abierto al público, hotel de lujo y domicilio real. Entrando desde el lago, en el alto muro que separa la calle de la zona boscosa frente a las taquillas (inciso obligado: estos enclaves turísticos, en relación con lo barata que es la India en general, resultan caros para el extranjero; los nacionales pagan mucho menos, claro), hay una familia de monos que esperan la llegada del turista, a ver si cae algo. Unos corretean a lo largo de la pared, arriba y abajo, otros esperan la ocasión sentados en las ramas; simpático e inesperado encuentro para nosotros, que acabará haciéndosenos muy familiar.
Pasamos portón exterior en arco de piedra, jardín, rampa lateral entre el agua, a nuestra izquierda, y las imponentes paredes, subimos las primeras escaleras y entramos a la fortaleza. Justo antes de la recepción, a la derecha, la zona noble, inaccesible, de la actual Casa Real (a los herederos de los antiguos rajás y marajás, aquí se les llama reyes, sean príncipes o monarcas, palabras que en la India siempre han sido confusas e intercambiables), un palacio de hadas blanco, versallesco, que domina toda la ciudad, con guardia real, gran patio ajardinado y altas torres con las enseñas reales al viento. Entramos a la zona visitable, a la izquierda, verdadero fuerte de arenisca roja y macizos muros asentado sobre un amplio atrio central, antaño patio de armas, de desfiles con elefantes engalanados y ceremonias oficiales, ahora zona ajardinada con tiendas de moda y restaurante.
Dentro, presidido por el símbolo solar de la dinastía reinante, un patio bajo interior que muestra ya el magnífico trabajo en piedra labrada del arte indio de la época y las interesantes aportaciones posteriores, en especial la del período mogol, musulmán.
A su alrededor, en diferentes alturas, se alterna lo meramente arquitectónico, en mármol, madera, cristal y colores, de las dependencias vacías (escaleras, patios, puertas, pasadizos, columnas, ventanales, miradores, corredores, salones, comedores, salas, habitaciones, dormitorios) con la zona expositiva de cuadros, murales, muebles, lámparas, alfombras, joyas y objetos varios de la opulenta vida de sus antiguos moradores.
Y la clara separación, a su vez, entre la zona de los hombres y la de las mujeres, esta siempre más reservada, con sus celosías de oculta observación y sus fiestas exclusivamente femeninas. Nos resulta chocante el contraste entre las escaleras, empinadas y con peldaños altos en exceso, propias de personas de talla grande, y los pasillos, vanos y arcos de paso entre estancias, estrechos y bajos en demasía, algo que se repetirá como una constante en todas las fortificadas construcciones visitadas durante el viaje. Recurso defensivo o anacronismo engañoso, nadie nos lo ha sabido aclarar.
Ni siquiera el improvisado guía, un elemento que inventa lo que no sabe, se declara como un antimonárquico que vive del rey y presume de español con coloquiales giros robados a los turistas (¡A tope con la Cope!, ¡Soy cachondo pero no lo estoy!, ¡Pon, pon, pon, al botellón!) y con sentencias de andar por casa (“Este palacio-Titánic no se puede hundir, porque se hundiría el negocio real y, con él, mi trabajo”); unos fenómenos, estos chavales. Nos cuentan, eso sí, que el enorme edificio que vemos en la parte inferior del recinto es otro hotel de lujo, propiedad del hermano mayor del heredero, diputado en el Parlamento indio, y que las relaciones entre ambos dejan bastante que desear. Chismes de familia.
El templo de Vishnu
Justo detrás del palacio, en la parte alta de la ciudad vieja, se levanta un hermoso templo hinduista, el Jagdish-ji, una aparición de mármol en medio de una caótica zona de callejuelas y mercado. Situado en lo alto de una plataforma que domina el caserío, unas grandes y empinadas escalinatas, escoltadas por hornacinas con figuras, murales de color y dos grandes elefantes laterales, dan paso a un interior de varias alturas y en claro deterioro, donde, a nuestra llegada, se está celebrando una ceremonia en honor a Vishnu, el dios de la casa, representado en piedra oscura al fondo (en el exterior, también aparece esculpido su “vehículo”, una mitológica ave hindú). Un público de fieles sentados en el suelo abarrota el local. Dirigidos por los sacerdotes, repiten sin cesar salmos sagrados al compás de tambores y campanas.
Apenas podemos asomarnos dentro, donde destacan las columnas de increíble filigrana y se abren algunas capillas laterales. Pero el encanto del monumento se acrecienta fuera: sus paredes y su esbelta aguja piramidal de contornos redondeados están completamente talladas con figuras de elefantes, bailarinas, flores, grecas, gárgolas y otras muy variadas formas, un trabajo escultórico de precisión y paciencia probadas. Vemos las primeras ardillas corretear por el piso mojado, junto a los lavamanos y un puesto de productos religiosos y recuerdos, simpáticos animalillos de rayas verdosas y negras que también nos acompañarán en todo el viaje.
La ciudad vieja
Lo más interesante, sin embargo, es callejear por el laberinto que, en bajadas y subidas sucesivas, parte de este lugar y forma el casco antiguo de la ciudad. Ponemos la máxima atención ante la tensa amenaza que aún constituye para nosotros caminar sin apenas sitio entre un mar de peatones, vacas y perros, puestos ambulantes, ruido, colorido y vehículos y bocinazos incesantes. Tiendas, niños jugando, animales sueltos, casas abiertas, templos varios, hermosos edificios deteriorados en su mayoría, aguas fecales que corren libremente, olores fuertes, colorido. Rematamos el largo paseo bajando de nuevo al lago, cerca de los dos puentes que lo cruzan por la estrecha franja que lo une al lago vecino. El más norteño es abierto al tráfico.
Media docena de vacas se han echado a descansar en medio, ralentizando el paso, pero la paciencia india parece mayor que la pachorra vacuna, que ya es decir; algo más abajo, pegado al ghat, está el otro, artístico y peatonal, bastante más estrecho. Y siguiendo unos pasos nos encontramos con el Bagore Ki Haveli, otro palacete de los príncipes de Mewar, la dinastía del lugar, hoy reformado en Museo abierto al público.
Un portón con arcos y un patio central, en obras, nos llevan a la primera planta, donde se muestra la artesanía rajastaní en pinturas, objetos varios y muñecos de tela, destacando un turbante de colosales dimensiones; arriba están las estancias nobles, sobresaliendo las cámaras y salas privadas de las mujeres reales: cerámica, cofres, abanicos, juegos, perfumes. Interesantes son los frescos, mosaicos, vidrieras y trabajos en cristal. Pero lo más valioso está abajo: armas y joyas en oro, plata y piedras preciosas, mínima muestra de la pasada opulencia raiput. Anuncian espectáculos vespertinos de bailes regionales, pero no podemos esperar.
Los Cenotafios Reales
Porque tampoco podemos irnos de la ciudad sin acercarnos al crematorio de las afueras, en Ahar. Los hinduistas queman a sus muertos en un lugar cercano y, luego, echan sus cenizas obligatoriamente al Ganges, el río sagrado por excelencia. La pira del noble muerto, según la tradición, la enciende el hijo; pero es el nieto quien construye su cenotafio, un monumento de homenaje y recuerdo, a modo de panteón mortuorio vacío, que consta de una base alta escalonada sobre la que se asientan varias columnas en abierto que sostienen un dosel techado. Los reyes de Udaipur y sus familiares se fueron enterrando aquí a lo largo de varios siglos, constituyendo un conjunto arquitectónico con cientos de chattis (así se llaman en hindi esas construcciones) de una gran belleza: artísticas gradas, columnas y cúpulas en piedra blanca, ennegrecida por el tiempo y lo descuidado del lugar.
Porque no hay nadie, el guarda ausente, el portón abierto, la hierba sin cortar y los mausoleos dejados de la mano de Brahma, más de doscientos, separados en dos niveles, medio abandonados a su suerte. Por eso estamos solos, no es objetivo turístico, por eso la visita es gratuita y por eso ha entrado una vaca en estos momentos. Está tranquila pero, cuando intentamos echarla, se escapa por el verde. Bueno, ahí te quedas, diosa amiga, a ver si lo dejas todo bien segado. Y vosotros, potenciales visitadores del lugar, recordad que son lugares sagrados y hay que descalzarse cuando se quiere subir al interior de cada uno.
Adiós, Udaipur
Nos despedimos de Udaipur, la ciudad blanca y azul, en tres tiempos. Primero, al norte del lago principal, visitamos el Saheliyon Ki Bari, Jardín de las Doncellas, espléndido ejemplo de un jardín real, construido en el siglo XVIII para solaz y descanso del rey, la reina y sus damas. Un estanque cuadrangular de artísticos templetes en sus esquinas, rodeado de estancias de baño y recreo, da entrada al jardín propiamente dicho, un enorme parque verde de senderos de tierra, farolas y estatuas, arboleda y matorral, flores y parterres, canales y fuentes y, sobre todo, un encantador estanque tomado por nenúfares y flores de loto y alimentado por elefantes en piedra que hacen de originales surtidores, con un precioso cenador de mármol en su centro.
Para quedarse. El agua proviene del vecino Fateh sagar, lago de la victoria, otra postal acuática. Desde uno de sus miradores, luego, vemos morir la tarde con una cerveza en la mano y una hermosa puesta de sol en el horizonte, sobre el agua: uno de los últimos ramalazos del monzón, en este día de finales de octubre, ha dejado caer una llovizna suave y brevísima, con arcoíris incluido, y todo se ha secado en pocos minutos dando paso a un sol brillante que se fue escondiendo poco a poco ante nuestros ojos.
Y algo más tarde, por último, en un restaurante del centro, recuperamos la ocasión fallida en el museo asistiendo a un espectáculo de danzas locales de Panihari, típicas de la tradición raiputaní. Los parroquianos son de casa y el grupo, compuesto por dos músicos, percusión y teclados de fuelle, y dos bailarinas, descalzas, enjoyadas y con sus mejores galas, también. Crean un ambiente muy acogedor, suena auténtico, se entregan sin prisas y nos introducen, con sus notas y sus movimientos, en un mundo que apenas conocemos. Nada mal, para empezar. Hasta una joven europea se animó a saltar a la palestra y exhibir sus contoneos al ritmo de los exóticos compases, qué feliz osadía.
Datos prácticos en Udaipur
*Nos alojamos en el Hotel Meeshaki, un alojamiento muy acogedor, con buenas habitaciones y a precio económico, pero algo alejado del centro. Mala opción si se viaja por libre, aunque nosotros teníamos conductor para que nos llevara al centro y estuvimos a gusto. La zona es segura y de ambiente totalmente local, lo que nos dio también otra visión de la ciudad.
*Cómo moverse por Udaipur. Nosotros, como avanzamos en post anteriores, íbamos con una agencia que nos proporcionó un conductor para todos los trayectos, por lo que pudimos hacer así todos los traslados. No obstante, también podéis hacer solo una parte del trayecto o contratar un guía en la ciudad. Lo he recomendado porque creo que es una opción buena en un país a veces complicado. Se llaman Shyam Tours, hablan en castellano y os ayudarán en todo lo posible. Podéis contactar con ellos en el email
ms********@gm***.com
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*Si te interesa conocer nuestras impresiones sobre India, te invito a leer un post sobre cosas que te sorprenden del país o sobre lo única que es La India.