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La actual capital de la India, Delhi, una de las ciudades más populosas del mundo y hoy centro político del nacionalismo hindú, tuvo sin embargo un pasado marcado por el dominio musulmán. Nacida a partir de distintas ciudades de la antigüedad que aprovecharon su estratégica ubicación al norte del país, paso obligado del intercambio comercial entre Asia y el medio Oriente, pronto los invasores islámicos sustituyeron a los marajás de turno para instalar aquí el foco de su posterior expansión por casi todo el territorio indio, donde permanecieron durante seis siglos seguidos hasta que los británicos se hicieron con el poder y lo convirtieron en la colonia imperial victoriana que, muchos años más tarde, mediado el siglo XX, conseguiría la definitiva independencia.

Primero fue el Sultanato de Delhi, que la hizo su capital, ya a partir del siglo XIII, y posteriormente el Imperio Mogol, que creó en el XVII la que hoy se conoce como la Delhi Vieja. Ya en el XIX, el Raj británico trasladó la capitalidad a Calcuta pero llevó a cabo un ambicioso proyecto urbano: la construcción de Nueva Delhi, una ciudad dentro de la ciudad, monumental y moderna, que pasó a ser luego la capital formal de la India independiente. Delhi es una ciudad enorme, inabarcable, pero sus lugares de mayor interés se sitúan al oeste del río Yamuna, que baja cortándola en dos, y pueden distribuirse en tres zonas diferenciadas de norte a sur.

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La ciudad antigua se encuentra al norte, dominada por la impresionante mole del Lal Qila o Fuerte Rojo, levantado a orillas del río por Shah Jahan, el mismo emperador mogol que también intervino en su homónimo, muy similar, de Agra, ciudad que fue su capital un tiempo, y el mismo que pasó a la posteridad como responsable de la maravilla del Taj Mahal. También amurallada y de arenisca roja, la ciudadela consta de una estructura muy parecida: una empinada calle tras la puerta de entrada, un patio de distribución abierto, salón de audiencias y trono real (el original Trono del Pavo Real y sus legendarios diamantes, una riqueza que compartía con Agra y que sería expoliado por persas y británicos), estancias privadas del rey y de las damas, siempre en zonas separadas, alcobas reales, unos baños turcos, una pequeña mezquita blanca y un jardín con estanque y pabellón central.

delhi-fuerte-rojo-lejosTodo ello decorado en  artística filigrana de mármol y piedra y colores, en columnas, torres, techos, paredes y cúpulas, con jardines verdes de agua y canales, siguiendo el diseño islámico del paraíso de Mahoma, con algunas concesiones al arte hindú. No muy lejos de la palaciega fortaleza, enfrente, nos encontramos con la Gran Mezquita, Jama Masjid, otra fantástica obra del mismo emperador mogol que bien podría ser conocida también como mezquita roja, por la misma piedra arenisca usada en su construcción. Elevada sobre un promontorio con amplias vistas, nos obliga a subir las holgadas y pendientes escalinatas de acceso a la amplísima plataforma sobre la que se asienta. Entramos al vasto Patio central, pisado con grandes losetas gigantes. En su centro, un refrescante estanque con sus surtidores. Junto a él, un artístico templete a modo de púlpito desde el que un pupilo repetía a los fieles las palabras del maestro, que oficiaba desde el interior del edificio sagrado, para que todos los congregados, a veces miles, pudiesen oírlas.

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La mezquita es una construcción de grandes dimensiones que consta de un elegante portón monumental en fachada porticada en arcos y dos altos minaretes en las esquinas delanteras, todos rematados por pequeños pabellones abovedados, y varias cúpulas grisáceas rematadas por dorados pináculos. Dentro del porche de oración frontal a modo de amplio soportal con ciclópeas columnas, hay fieles de rodillas orando hacia la Meca. Fuera, enfrente, al otro lado del patio, desde la enorme terraza de la base, se puede contemplar el bullicioso centro del casco viejo. Es la zona de Chandni Chowk, un extenso mercado de mercados que fue antiguo zoco gremial de artesanos y comerciantes y hoy tiene de todo: ropa, calzado, comida, muebles, especias, animales vivos, herramientas, bisutería, quincallería, recuerdos y lo que caiga. Mires adonde mires, son todo bazares. 

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«Seralo, guapamente», como dice un amigo nuestro. La calle principal y sus callejones aledaños son una maraña de tiendas y puestos de toda condición surcada por una congestión de tráfico, animales y gente que lo llenan todo, entre el ruido, la polución y la actividad incesante. Vamos a dejar esta zona algo más abajo, en pleno meandro urbano del río. Estamos en el Raj Ghat, el Memorial de Mahatma Gandhi, un altillo cercado dentro de un amplio parque verde, limpio y cuidadísimo, donde sobre una maciza lápida de mármol negro, entre flores, arde la llama permanente que honra y recuerda al político pacifista, uno de los artífices de la nueva nación India. Hay mucha gente, indios la mayoría, en un ambiente de respeto y admiración palpables. La frondosa arboleda y su ubicación apartada del fragor de la calle, dan a todo el recinto un ambiente de paz y silencio, lugar ideal para la sombra, el paseo y la meditación. En otros puntos del mismo, menos concurridos, nos encontramos con los crematorios de otros líderes de la independencia que forjaron el país moderno, verdadera dinastía de primeros ministros: Nehru, su hija Indira Gandhi y su nieto Rajiv, estos dos últimos muertos también, como el Mahatma, en sendos atentados.

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*Si tienes poco tiempo en la ciudad, puedes disfrutar de un bus turístico que te llevará a Qutb Minar, Rashtrapati Bhawan, Fuerte Rojo, Puerta de la India o la Galería Nacional de Arte Moderno. Adquiere tu tiqet para el bús turístico por 13 euros.

Nueva Delhi

Yendo hacia el sur, podemos considerar la Connaught Place como la entrada a la ciudad nueva. Es una plaza circular abierta a calles concéntricas y radiales, con un pequeño parque verde en el centro, que la convierten en el distribuidor vial del núcleo urbano, eje comercial y sede de rascacielos de oficinas y empresas financieras. Muy cerca, bajando hacia el oeste, hemos visitado el templo dorado de los sijs (el segundo así llamado, porque el principal es el Harmandir Sahib o templo dorado de Amritsar, cuna del sijismo, en el Punjab), el Gurdwara Bangla Sahib, al que da nombre el color de oro de sus esbeltas cúpulas. En las calles cercanas, dominan ya los turbantes de colores y las barbas propios del atuendo masculino de la casa; dentro, se les unirá alguna daga devocional al cinto, otro de sus símbolos externos, ahora unicamente ceremonial o festivo (el peine y la ropa interior, como tales, solo se les pueden suponer). Es en realidad un enorme santuario, un centro de peregrinación que el templo comparte, en un espacioso recinto cerrado, con otros edificios: estanque-piscina, vestuarios, zonas de descanso, albergue, hospital, museo, colegio, cocina y comedor para los peregrinos.

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Esta religión tiene sus templos abiertos a todo el mundo, sin distinción de creencias, raza o poder, y acoge a cualquiera que lo necesite; su bandera amarilla ondeando al viento es signo de hospitalidad y comida aseguradas. Descalzos y con la cabeza cubierta, entramos al templo, escalinatas, paredes y suelos de un mármol blanquísimo, por dentro y por fuera, que contrasta con el oro de las cúpulas, del dosel exterior de acceso y del techo interior de la zona sagrada. En esta, engalanada con pulcra sencillez, varios elegidos (no hay sacerdotes en esta fe) dirigen el ritual entre música, cantos, lecturas y vapores solemnes, mientras los fieles, que entran y salen sin cesar, tras hacer la visita obligada al libro sagrado y al habitáculo del gurú de turno, los acompañan en la oración sentados en el suelo.

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Todas las actividades, en estos centros, se realizan por voluntarios, jóvenes o viejos, que muestran un orden, una entrega y una devoción admirables. Estamos ya en otro mundo: anchas avenidas, aceras y semáforos, parques y jardines, mobiliario urbano moderno, tráfico ordenado, limpieza, caserío cuidado, hoteles y edificios lujosos, buenos servicios; quedan atrás el desorden, las vacas y un entorno deteriorado y sucio.

Es la herencia británica en positivo que, calles más abajo, alcanza su esplendor en el Rajpath, el camino real, un largo e imponente bulevar, peatonal o restringido al tráfico en su mayor parte, que cruza en perpendicular flanqueado por zonas verdes de estilo inglés con parques, jardines, sendas y canales de agua. Arranca en la Puerta de la India (de espaldas al Estado Nacional), la Indian Gate, un monumental arco de triunfo. Sus alrededores conforman una amplísima zona de paseo siempre llena de gente. Subiendo hacia el oeste, se cruza una avenida transversal y se entra en la plaza ceremonial de la Victoria, pasando el que pasa por ser el primer semáforo del país, aún en pie, alcanzando el último tramo, más arbolado y señorial, en cuyos laterales se encuentran los magníficos edificios de los Ministerios y el Parlamento de la nación.

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Al fondo, sobre una suave colina y con la policía delante, a considerable distancia, cortando el paso al público, preside desde lo alto toda la escena el actual Palacio Presidencial, el Rashtrapati Bhavan, antigua residencia de los virreyes británicos, gobernadores generales en nombre de su majestad; como un precioso y preferente mirador, porque esta emblemática avenida sirve de escenario a todo tipo de paradas, ceremonias y encuentros oficiales.

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Más abajo, en dirección al río, se conserva un conjunto de construcciones funerarias pioneras del arte mogol en la India, en un espacio verde restaurado y cercado. Unidas por senderos de tierra, hay varias edificaciones, entre las que destacan algunas mezquitas y tumbas monumentales, siendo la principal la Tumba de Humayún, el segundo emperador mogol, cuyo diseño supuso la base inspiradora del Taj Mahal: jardín del paraíso, base elevada, simetría, planta octogonal, cúpula, arcos y sombreros, sala central y laterales, decoración. Solo que aquí domina el rojo de la arenisca, y es esporádica la presencia del mármol, el blanco material de la maravilla de Agra. Un grupo de maestros nos solicitan la foto típica con el casual extranjero. Vienen de la sureña Bangalore, la capital tecnológica del país, aprovechando que estos días disfrutan de un breve asueto festivo.

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El sur del sur

Se cree que el asentamiento de la actual Delhi ha sido habitado desde épocas muy antiguas, pero la primera ciudad conocida como tal en su territorio nació alrededor de la ciudadela de Lal-Kot, construida a principios del siglo VIII, cuyos restos aún perviven en la zona más meridional de la urbe. Cerca del yacimiento, se levantaba un espléndido conjunto de numerosos templos jainistas e hinduistas, los cuales, unos siglos más tarde, fueron destruidos casi en su totalidad por los invasores musulmanes que instauraron el Sultanato de Delhi. Con las mismas piedras derruidas, el primer sultán inició la construcción de nuevos edificios monumentales, agrupados en el recinto que lleva su nombre: el complejo Qutb, hoy patrimonio mundial.

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Es como un parque cerrado, verde y arenoso, con paseos y montículos entre los que corretean las ardillas y deambulan los muchos visitantes, siempre bajo el incesante ruido de los aviones que se acercan o se alejan del vecino aeropuerto internacional Indira Gandhi. Cruzamos la darwaza, la puerta de entrada, de impresionante porte y decoración, y entramos en un mundo de ruinas donde solo quedan en pie algún mausoleo, restos de templos y mezquitas, pilares, arcos, esculturas, columnas, capiteles y piedras, muchas piedras, tanto de las antiguas construcciones indias como de las posteriores edificaciones islámicas.

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Y, por encima de todas, el alto minarete de la desaparecida mezquita, el Qutub Minar, una enorme torre de ladrillos de arenisca roja, tallada y decorada con la filigrana caligráfica de diferentes aleyas o versículos coránicos. En medio del recinto, llama la atención una estilizada columna de hierro oscuro dedicada al dios Shiva, el único recuerdo que queda del viejo templo sobre el que se erigió la mezquita, testigo de la destrucción y símbolo del triunfo contra el tiempo. Salimos hacia nuestra última visita, algo más arriba en dirección al río. Dentro del parque Astha Kunj, pegado a la plaza Nehru, brilla de forma especial el Templo del Loto, una modernísima construcción, de los años 80, de la Fe Bahá’i, que, siguiendo el esquema de esa flor, símbolo de la India, muestra una original estructura circular de pétalos gigantes que engloban una sala central espaciosa, vacía y blanquísima de mármol griego, rodeada de un esmerado jardín de agua, césped y parterres florales. Su tirón turístico es enorme: hay gente por todas partes.

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Muy cerca, por encima del parque, y más moderno aun pero no comparable, extravagante y heterogéneo, se encuentra el templo local de los Hare Khrishna, un conglomerado de iglesia, oratorios, casa sacerdotal, administración y servicios, mercadillo, restaurante y centro de educación religiosa. La decoración y las esculturas doradas de su interior, así como el ambiente de alegre ritual que se respira, con el fuego y las ofrendas, la música y los salmos incesantes de los fieles, son lo más atrayente de estos monjes de túnica zanahoria que practican el proselitismo abierto, la venta de libros religiosos y la polémica continua. 

*Si quieres conocer los detalles de nuestro viaje os invito a leer el post de nuestros 25 días en India viajando con conductor. Además, también podrás leer acerca de las diferentes paradas del viaje: AnkleshwarUdaipurMont AbuJodhpurJaisalmerBikaner, Agra, Jaipur, Orccha, Khajuraho y Varanasi.

por Santiago

Santi Somoza, de estirpe asturiana en la desembocadura del Eo, allí donde ástures y galaicos se dan la mano, aferrado siempre a su clan galego-forneiro, hipermétrope enjuto, jubiloso jubilado, maestro de nada y aprendiz de todo, pacífico y socarrón, descreído, escéptico, indignado, viajero letraherido y maratoniano corredor de fondo, ave nocturna y perpetrador de tangos, amigo de sus amigos, amante del buen vino y la poesía y, por encima de todo, de sus tres queridísimas mujeres.

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